El universo Morad, un fenómeno que contradice todas las normas no escritas sobre cuál es el camino que conduce al éxito en la industria musical actual, se detuvo el 8 de julio en Priego de Córdoba para demostrar, una vez más, que en tiempos de algoritmos amaestrados, en tiempos de campañas de marketing invasivas, el triunfo de este joven talento de L’Hospitalet de Llobregat es el triunfo de la verdad. El truco de su flow elástico con el que salta del drill al trap y del rap clásico al UK garage es que no tiene truco. Sin una discográfica detrás, sin sonar en las radios, de manera autogestionada y orgánica, ha conseguido infiltrarse en los charts como uno de los artistas más escuchados del país. Casos como el suyo demuestran que, aunque a veces parezca que esto es una partida con las cartas marcadas en la que los ganadores están decididos de antemano, el público todavía tiene poder para dictar el éxito: los 100 millones de reproducciones que sumó en 2020 con himnos por y para el barrio como “Motorola”, “Normal” o “Yo No Voy” no mienten. Pero más allá de las cifras, su auténtico valor es haberse posicionado como el relevo que necesitaba la escena urbana española sin perder por el camino el vínculo con sus raíces. Su impacto no se mide de verdad en el contador de plays, sino a pie de calle; suena en el parque, en el metro de vuelta del curro, en los pasillos del instituto con un nuevo single corriendo por WhatsApp de móvil en móvil: toda una generación ha conectado al instante con cada uno de sus lanzamientos porque Morad y su público comparten códigos y se reconocen como iguales. Nuevos tiempos como los que vivimos demandan un nuevo tipo de estrella como Morad.