El multitudinario show de Armin Van Buuren (cerca de 9.500 almas congregadas en el auditorio de Feria Valencia) reforzó, en la única parada hispana de su gira, la centralidad actual de la música pop como un continuum cotidiano en nuestras vidas: jamás tan presente como ahora, pocas veces tan irrelevante y supeditada a una funcionalidad tan concreta. En el caso del DJ holandés, el propósito es tan sencillo (y a la vez, complicado) como poner a bailar a varios miles de personas durante una extenuante sesión de seis horas, reforzada por potentes gimmicks visuales y reclamos que juegan con otras disciplinas (danza, rock al uso), aunque sea como simples aderezos, nunca supeditados a un relato argumental. Huelga decir que lo consiguió sobradamente, porque la enorme nave de hormigón de la Feria de Muestras (la misma en la que antaño se pudo ver a Chemical Brothers, Depeche Mode o Primal Scream) se convirtió en un hervidero humano que alcanzó altos puntos de ebullición, al borde de la lipotimia, durante toda la noche. Suerte que los accesos laterales permanecieron abiertos de par en par, porque el derroche de calorías de una masa enardecida (e incansable) requería una buena ventilación, más aún ante el bochorno de este verano interminable.
El público respondió como el perro de Pavlov a una batería de estímulos a la que nadie demanda frescura, porque poco importa que el arsenal de trucos del holandés sea tan limitado como el de un prestidigitador de crucero. Como aquello que se decía sobre los militares y el valor, a los maestros del trance también se les supone la pericia para tramar subidones de intensidad en cuestión de segundos. Y aunque el ardid parezca siempre el mismo, siempre funciona. Quizá tenga algo que ver el hecho de que, más allá de consideraciones como que su set transite entre el eurodance en tonos pastel (I Don’t Want To Fight Love Away, This Is What It Feels Like y sus coros épicos, su celebrado rework del All Of Me de John Legend) y el trance extenuante y machacón (una redundancia en sí misma, vaya), por las venas de Van Buuren-centroeuropeo de pro- no corra el flujo mestizo de un Steve Aoki o el componente latino de un David Guetta. Porque a diferencia de aquellos, no hay el menor asomo de sentido del humor en todo lo que hace.
Desde el misticismo de todo a cien de una primera hora de espectáculo concebida a modo de interminable warm up, con sus paisajes lunares, su enorme esfera azul y esas líneas de sintes que revelan su filia por Jean Michel Jarre (y que harían pasar por monacales las enseñanzas de Conny Plank) hasta la puntual inclusión con calzador de una banda de rock al uso (batería, bajo, guitarra, voz) para apuntillar Won’t Let You Go (en un superávit rítmico propio de unos Safri Duo), todo en Armin Only Intense exhala una aplastante sensación de trascendencia, de grandilocuencia en aras al culto a su propia personalidad. Las aportaciones puntuales de su pléyade de vocalistas, bailarines y acróbatas, resueltas con una higiene profiláctica y sin aparente hilazón (pese a contar con la dirección artística del coreógrafo Josh Tie) acaban, por lo general, reforzando el mismo sesgo narciso y onanista de los miles de selfies que disparan los móviles de gran parte de la audiencia: exhibiciones de vigor vocal e instrumental (ese derroche pulmonar, esa guitarra española, esa borrachera de batería) que quizá nunca supieron de la existencia de aquel eslogan que decía que la potencia sin control no sirve de nada. Aunque los cañones de confetti y el dispendio en iluminación se empeñen en negarlo, claro.
Son reclamos que quedan diseminados en medio del reparto de metralla al por mayor, subsumidos bajo la pobreza argumental de un espectáculo que no necesita mayores justificaciones para triunfar sin paliativos, a mayor gloria de otro gurú del hueco exceso egotista en el que llevamos tiempo viviendo.